Una obra suele llevar consigo decisiones, cambios y contratiempos. Por eso, cómo eliges a tu arquitecto no solo depende de su currículum técnico, sino de su capacidad de comunicación constante y su nivel de implicación durante el proyecto.
Este perfil debe saber escuchar, traducir tus necesidades a soluciones técnicas, y ofrecer alternativas viables ante cada imprevisto. Además, debe estar disponible para resolver dudas, coordinar al equipo técnico y acompañarte en cada fase (licencias, proyecto básico, ejecución de obra, entregas finales).
Ejemplo:
Imagina que, durante una reforma integral, decides cambiar la ubicación de la cocina a mitad del proceso. Si tu arquitecto no está disponible o reacciona con desgana, es probable que el nuevo diseño no se planifique a tiempo, que los fontaneros ya hayan instalado las tomas en otro sitio, y que el cambio suponga demolición y sobrecostes. En cambio, un arquitecto implicado revisaría el impacto del cambio, rediseñaría rápido, y coordinaría con gremios antes de que el error se materialice.